miércoles, 19 de diciembre de 2018

Austin Texas 1979 / de Francisco Ángeles


Dividida en tres partes Invierno en Lima (2007); Austin, Texas 1979 y Conejo gris y narrado en primera persona, el libro de 149 páginas describe el proceso de ruptura y duelo de la relación de Pablo, el protagonista (nombre que casi no se menciona), con su esposa Emilia, relación que decide terminar a pesar de saber que lo dejará mal emocionalmente; intercalando a lo largo del libro pasajes de una especie de diario que complementa perfectamente la mayoría de veces los hechos de la historia principal; sin embargo, al  las letras cursivas (itálicas) escogida para diferenciarlas del resto del texto dificulta su lectura. Aquí hay que tener en cuenta el interlineado, espacio entre caracteres, tipo de fuente, etc. que se deban usar, un trabajo  que las editoriales suelen descuidar aunque estos detalles influyen mucho en la facilidad o dificultad de la lectura. 

“El invierno de 2007, unos meses después de separarme de Emilia, empecé a ir al psiquiatra. No sería preciso decir que la separación fue el origen de mis problemas, en todo caso no la separación en sí misma, sino que compartiera conmigo el fracaso que, a partir de cierto momento, dominaba mi vida. Nos casamos a los veintiuno y nos separamos a los veintisiete, seis años como un agujero en el que me fui precipitando tan hondo que al volver a la superficie no estaba preparado para enfrentar la nueva realidad que se me presentaba. Pensé que un psiquiatra era el único que podría ayudarme”.



Después de un tiempo con las sesiones, aparece Adriana en el relato, quién lo hospedará durante cinco días en su departamento mientras se suceden encuentros sexuales que poco a poco irán devolviéndole la vitalidad, a modo de una terapia alternativa. Además le cuenta la historia de cómo fue concebida y las circunstancias en que su padre manipulador y cínico fue el autor de ese “experimento” resultado del cual, nació ella. Aquí hay que resaltar lo bien contado que están los momentos de sexo y cómo el narrador evita lo procaz  haciendo uso de una prosa consistente y efectiva para trasmitir lo que la pareja hace en el departamento de Adriana; cinco días en los que el protagonista sin nombre logra recuperarse y asumir con otra actitud el rompimiento con Emilia.

“En esos cinco días en casa de Adriana me pasaba el día viendo televisión, el cuerpo desparramado sobre la cama, miraba comedias o programas de concursos, que me hacían reír aunque en verdad no entendía los chistes. Quizás me reía porque los programas tenían risas grabadas (…) divertido, contento, satisfecho, despreocupado, me echaba a reír a carcajadas, el control remoto en la mano, la cabeza en la almohada, y a veces entraba Adriana con un jugo de naranja o unas galletas y las dejaba en la mesa de noche, a mi lado, sin decir nada, y yo tampoco decía nada, seguía mirando la televisión, me reía y después estiraba la mano y después empezaba a comer. Más tarde ella reaparecía para hacerme sexo oral o masajearme la espalda o dejarme una botella de vino, casi siempre en silencio, sin más palabras que las necesarias para seguir ejecutando sus labores cotidianas conmigo, esa especie de asistencia corporal a la que me había sometido y a la que yo me dejaba arrastrar de buena gana”.

Por el contrario, la génesis de Adriana los enredos en lo que se metió su padre antes de convertirse en un prestigioso psiquiatra no reviste mayor interés más allá de lo anecdótico, se podría afirmar que se logra cierta verosimilitud permitiendo establecer el motivo por el cual la hija odiará a su progenitor pero no es una historia que se deba desarrollar más;  hace bien el autor en dejarlo ahí y pasar al otro escenario, capítulo dos: Austin, Texas 1979; largo relato en el que el padre de Pablo revive una de los episodios que marcaron su vida y que le cuenta a su hijo como una forma de trasmitir experiencias atávicas en que le ayuden en su situación emocional.

Pero lo cierto es que introducir categorías académicas de orden filosófico (de acuerdo a Hannah Arendt el ser humano realiza tres tipos de acciones: Labor, los proceso biológicos básicos, la digestión, la respiración, la circulación; Work, todo lo que hacemos dentro de un sistema económico, lo que nos permite ganar dinero; Accion, la creación de lo que antes no existía, lo más importante que podemos hacer como seres humanos, etc.) para justificar una decisión, para poder escoger entre lo correcto o dejarse llevar por el deseo me parece un error, el argumento funciona a nivel superficial pero revestir de “profundidad” una decisión que bien podría haberse tomado por motivos mundanos o pragmáticos, arropar esta decisión con terminología académica no ayuda mucho ya que, en esencia, no es determinante para el relato, salvo como un nexo para “elevar” el nivel del libro con un discurso filosófico.

“Nunca más volví a verla, dijo, nunca más supe de ella, su rostro de pronto más viejo bajo la luz nocturna del estacionamiento vacío. Pero a pesar de eso, dijo, a pesar de que allí termina objetivamente la historia, en realidad para mi esa no fue realmente la conclusión definitiva. Lo peor, dijo mi padre, lo peor es que después, durante años, he recordado ese día y me he arrepentido muchas veces de haber escapado de esa historia tal como lo hice. Sé que actué correctamente, dijo, sé que seguí las reglas, no solo las legales sino las personales, la lealtad, la responsabilidad, el compromiso. Sé que fue sensato huir de algo que definitivamente iba a terminar mal. No sé qué hubiera pasado con esa chica, nos llevábamos años, estábamos en etapas distintas, y seguramente en un tiempo, quizás solo un par de meses después, me hubiera dejado por otro. Y tu madre nunca me hubiera permitido volver a su lado”.
El final del libro, con referencia a la mascota (el conejo) es apropiado y contundente ya que refuerza el inicio de la historia consolidándola; a esto hay que aunar el buen manejo de la prosa; Francisco Ángeles ha construido una novela con pocos personajes y escenarios y por eso es efectivo el recurso de la reiteración, de regresar sobre un hecho o una idea dos o hasta tres veces para enfatizar y causar mayor compenetración con el lector, algo que agradecemos y que, al final, redunda en una novela potente y disfrutable.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Los corazones anestesiados / de Miguel Fegale

Esta breve novela —71 páginas— trata de las desventuras de Vicenzo, residente limeño que emigra a Italia y luego a otros países europeos (Grecia) para emprender una nueva vida:

“Vicenzo bombardini Villegas dejó su ciudad natal para emprender un lejano viaje del que cree que no volverá jamás. Tiene el corazón desolado, su último año lo trató muy mal, lo dejó hecho ´papelito’ como él mismo comenta. Contrajo una enfermedad de sábanas por ‘picaflor’. Lo echaron del apartamento al cual le tenía mucho cariño; don Tolentino, dueño de la propiedad, le pidió que lo dejara para poner un restaurante de comida criolla. El boom por estos días, le sugiere vinagrosamente. En su trabajo lo destruyeron sistemáticamente hasta aburrirlo. Renunció dolido. Su padre enfermó de un mal letal. Por esas fechas también perdía a su chica, su amada Ariadna…”; es decir, las siete plagas de Egipto le cayeron todas juntas a Vicenzo, quién sin mucho que perder emigra en busca de nuevos aires por medio de su amiga Amanda que reside en Roma.



De ahí en adelante, Fegale nos narra las contingencias que vive el protagonista, sus problemas para encontrar trabajo, sus líos amorosos y sobre todo, las anécdotas que vive conociendo numerosos personajes que desaparecen de la historia tan rápido como ingresaron, no existe una profundidad sicológica, ni el intento de desarrollar historias paralelas o secundarias que enriquezcan la trama, ya que el papel de los personajes secundarios se remiten puntualmente —salvo excepciones— a la anécdota relatada.









Pero… ¿Cuál es la trama? Partiendo de la premisa de que toda historia tiene por lo menos dos niveles de lectura, una superficial, que narra los hechos y sucesos de los personajes y otra, más profunda, en la que se encuentra realmente lo que nos quiere trasmitir el autor, las motivaciones esenciales del libro. Para el caso de esta novela parece ser que no la hay, o en todo caso solo existe en el primer nivel, una cadena interminable de hechos, aventuras y desventuras que cuenta el autor casi siempre en tercera persona.



En ese sentido la fuerza que pueda tener Los corazones anestesiados no recae sobre la trama sino sobre la forma de contar, el ritmo y el juego de palabras (el uso de una jerga propia) siempre conectados con lo emocional, ese es su mejor atributo, extrapolando un poco y exagerando otro tanto, recordé a los colombianos Rafael Chaparro / Opio en las nubes y Andrés Caicedo / ¡Que viva la música! pero con muchos menos decibeles. Dicho esto, es curioso que en el texto introductorio, redactado a manera de prólogo por el escritor Rodolfo Ybarra se haga hincapié en el autor y su ligazón a la música rock y el mundo subte: “Miguel Fegale acude a los conciertos como si fuera a misa, habla y promueve a bandas subterráneas que gritan obscenidades entre cuatro paredes, la estridencia es lo suyo y ha hecho carne en su espíritu de viajero empedernido, mediante el trabajo en el ostracismo y del buen rhythm and blues, el punk y sus sucedáneos techeros o garajeros, por ello se ha tatuado en el brazo un frase sobre “El Rock Liberado”, colectivo under que impulsa desde la redes sociales y desde el Centro de Lima, en las reuniones cuasi clandestinas animadas con alcohol isotrópico o alcohol de botiquín, en la Plaza Francia o en el jirón Quilca, tierra de poetas y de caníbales literarios…

…en Los corazones anestesiados, Fegale, más allá de la técnica, los artificios y la “ortodoncia” o ropaje escritural, apela a la fuerza de la palabra como vehículo de las emociones, pensamientos y sentimientos, es el texto como verdad lo que conmueve y lleva a la reflexión, empatía y/o solidaridad con el personaje avasallado por sus propios problemas o si no en caída libre donde el suicidio pareciera ser la única salida”.



Sin embargo no es este un libro visceral o perteneciente al llamado realismo sucio, sino más bien romántico —en el sentido convencional del término, no al movimiento literario —tan parecido al primer libro del autor: Los románticos mueren primero (Fegale, 2013. Lima, Calcomanía); que es un ejercicio de la nostalgia y novela de "aprendizaje" o Bildungsroman, quizás incluso con más vuelo narrativo que el segundo libro del autor. 



“Los días pasan y dan de alta a Talisa y al bebé. Se van juntos al departamento. Vicenzo está contento y agradecido a la vida por darle un nuevo amor, su primogénito. Enzo empieza a ser padre, trata de serlo, debería haber una escuela de padres, comenta riendo. Su madre María del Mar le envía cartas inflándolo de valor, él ama a su familia nueva y los defiende con su pequeño poder. Sus amigos Manucho, Ariel y Gabo lo apoyan y celebran, le taren presentes, él ya no se siente tan solo. Trabaja más contento, el bebé crece fuerte, pasan los meses y se hace más fuerte y bello. El primer año de su pequeño Giani lo celebra en Venecia con juegos artificiales. Está repleta Venecia, hay un concierto de los Bon Jovi, no encuentran hotel y tienen que pagar uno más caro, ahorran comprando comida en supermercados y restaurantes chinos. Visitan las pequeñas islas de Murano y sus cristales, odian a las góndolas por ser tan caras y viajan en los botebuses.

Pasan los años y Vicenzo se casa con Talisa en Roma, con Gianluca ya más grande y sin testigos. Luego de recibir la bendición caminan por Roma, la ciudad que Vicenzo soñaba desde niño.

                                               FIN”.



Pero el libro no termina aquí, le suceden breves historias cortas relacionadas: Historias de gatos techeros. Los del fondo –p. 61-; La tía no murió de amor –p. 64-; Clínica San Pando –p.66-; El restaurante de los abandonados –p. 70- ) no entendemos bien si ese material es un complemento de la novela, funciona como un especie de epílogo o son textos sueltos que el autor quería publicar y no encontró un mejor lugar para introducirlos. Sea como fuera, tampoco el libro termina aquí, existe una adenda final adosada -post edición- en la que el autor escribe:


"ACLARACIÓN LIBERADA

En la biografía de mi novela LOS CORAZONES ANESTESIADOS 2015 en las líneas “y artistas de toda índole –fundó- el movimiento artístico contracultural limeño rock liberado”.

Bueno he aquí el error de tipeo mío y de mi editor que por corregir de madrugadas o mal se nos pasó torpemente.

El rock Liberado 2014 fue fundado, registrado y ideado por el líder  y rockero Cesar N. Nosotros los demás integrantes ayudamos con mucho esfuerzo y amor a que el movimiento nazca y crezca.

Bueno ya esclarecido el impase ¡¡ VIVA EL ROCK LIBERADO SIEMPPRE !!"



Como fuera,  Los corazones anestesiados me pareció entretenido, lo llevé durante varios días en mi bolso para sacarlo y leerlo  en mis ratos libres — y no tan libres; grata y placentera compañía.

martes, 22 de diciembre de 2015

La palabra insoportable / de Giovanni Anticona




Hay autores que escriben un mismo libro. Este parecía ser uno de esos casos, no obstante, después de publicar su trilogía de Lima (Lima Norte, Lima Sur y Lima Este) Anticona nos muestra su “primer intento literario de ingresar en el universo femenino”.

Seamos claros, no es la imitación lo que hace que en ciertos casos todos los libros de un autor se parezcan entre sí, suele ser un reclamo interior que el autor se siente obligado a atender una y otra vez. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores publicaciones, esta vez el novelista opta por alejarse de los tópicos de novela negra norteamericana, tema recurrente en sus anteriores publicaciones, a veces tocados explícitamente y en otras de forma indirecta en donde se nota más bien la influencia narrativa.

En La palabra insoportable se explora lo urbano marginal en la metrópoli limeña desde el punto de vista de Shirley, una adolescente llena de complejos (síntoma de un mal social: el racismo), quien rechaza su piel trigueña y su barrio periférico (Independencia, Los Olivos,San Martín, Comas y alrededores, son distritos que han sido escenarios de las anteriores novelas de Anticona).

El libro inicia con la fiesta o “pera malograda” a la que acude Shirley en compañía de sus amigas Estrella y Yamile (Esta última es el líder, la batutera del trío de colegialas), autodenominadas “Las terribles”,  en dónde la música de reggaetón y el alcohol dan paso a la iniciación sexual.

Si en algo coinciden Shirley, Yamile y Estrella es en su deseo de conocer discotecas de los distritos de Lima más acomodados y añejos, donde anhelan aproximarse a chicos guapos y blancos. Pero el color de piel deseado no se menciona de manera directa. La blancura es un don que se sobre entiende en los otros adjetivos que les endilgan a estos chicos hipotéticos que desean alcanzar. Ellas saben que es imposible hablar de la piel con libertad. Saben que se puede decir guapo, educado, buenazo, pituco, pero no blanco, rubio, castaño. ¿Dónde se aprenden estos tabúes? ¿Se maman en la leche materna?¿Se inoculan en la madre en el chorro que contiene el espermatozoide triunfador?¿Se adoptan por imitación?¿Hay algo en el smog limeño, algo en el agua que se bebe, en el río mismo, en el excremento de los insectos que se posan en la fruta y verduras que comen los habitantes de la ciudad?

La vergüenza de ser chola vinculado a lo andino, de tener piel trigueña, de pertenecer a un barrio periférico poblado por inmigrantes es lo que atormenta a la protagonista, quién gracias a la prosperidad de los negocios de su padre termina mudándose a un distrito acomodado, el lugar de la gente de piel blanca. Ha terminado el colegio y Shirley estudiará en la UPC en un barrio de blancos: Santiago de Surco.

La historia es de vertiente realista y se detalla con minuciosidad el nombre de las calles, parques, centros comerciales, discotecas, personajes de la farándula o del folclore como en un registro documental. Son dos las hipótesis sobre el particular las que me parecen las más convincentes:

— El autor usa este realismo detallista y escrupuloso como una estrategia narrativa para lograr verosimilitud en la historia, así el lector podrá identificarse con los lugares que se mencionan.

— El autor necesita asirse fuertemente de la realidad para poder ficcionar, los lugares con nombre real son puntos de apoyo para forjar la estructura narrativa.

Sin embargo la narración no es únicamente descriptiva o enumerativa, es acertada la construcción de los personajes desde el punto de vista sicológico, profundiza los hechos narrados y logra que la novela y quienes la pueblan se sientan reales. La familia, amigas y demás personajes secundarios calzan bien en el relato, las relaciones entre ellos amplía el panorama de los temas que le interesan novelar al autor, así, el racismo, las complejas relaciones entre adolescentes de distinta procedencia o la inmigración andina y el centralismo limeño en su literatura tiende puentes con la sociología, la sicología y demás disciplinas vinculadas al ser humano y las sociedades que conforma.   

No entiende bien por qué, pero desde que vive en Surco le incomoda estar en contacto con sus compañeras del colegio, incluso recordarlas. Cuando observa sus fotos de Facebook y lee sus cometarios, le irrita admitir que ha formado parte de ese mundo que utiliza frases llenas de emoticones y juegos tipográficos, entre mayúsculas y minúsculas, con abundancia de equis y la misma vocal repetida al final de algunas palabras. Ese lenguaje agrede su vista cada vez más. Le avergüenza reconocer que, durante varios años, ella también lo usó con cándida naturalidad.

         Quiere desvincularse. Quiere marcar de una vez por todas una distancia irreversible que la blinde de sus presencias, de sus voces. La tienta la idea de eliminarlas de su Facebook, pero esa acción sería demasiado drástica y evidenciaría sus intenciones. Ni siquiera quiere ver a sus amigas las terribles. Habla con ellas por Facebook casi todas las noches, pero no soportaría sus presencias ¿por qué le cuesta tanto admitir que todo su pasado escolar le da vergüenza? ¿Por qué no se mira al espejo y lo dice sin tapujos?
Ahora que lo piensa, Las terribles tampoco le han propuesto encontrase. Pareciera que todas ellas saben que han finalizado una etapa y deben seguir rutas disímiles. Tal vez nunca hubo motivos reales para estar juntas; solo se trató de afinidades superfluas a en la convivencia de once años. ¿Habrá sido así?

Aunque la novela negra ya no es un referente inmediato para el autor al menos en este libro no hay asesinatos, detectives, o autoridades corruptas, no deja  de estar presente un elemento recurrente: lo sórdido, generalmente asociado al sexo, como en el debut amatorio de Shirley (que se planea como una transacción comercial) o el incidente entre Emiliano, padre de Shirley, y el travesti (Emiliano, carga con su propia vergüenza), el camino de Yamile hacia la prostitución, o los requerimientos orgiásticos de Bruno, quien termina dándole la estocada final a Shirley al referirse a ella como “chola”, la palabra impronunciable; acciones que le dan a la novela una atmósfera lumpen, pero muy bien contrastada con otras escenas de reflexión, monólogos interiores o descripciones subjetivas como el sueño de Shirley con un caballo — para citar solo un caso.

En cuanto a la prosa, se puede considerar elegante, ni recargada ni muy simple (ni minimalista), algo que los lectores apreciamos cuando es funcional, es decir que no es gratuito, ni se trata de que las palabras suenen bonitas, sino que están al servicio de la historia, que es lo más importante.

Otro punto interesante y que ya mencionamos al hablar de la sordidez, es el sexo, siempre marginal o contaminado por una motivación egoísta, habitualmente un arma de poder o de control hacia el otro, alumbrado por la fetidez siempre presente el tema se vuelve escatológico (el olor de la axilas, el mal aliento, el olor y sabor del semen, etc.); los personajes no juntan sus cuerpos para amarse sino para confrontarse, humillarse o degradarse. Lo que no hace sino mostrarnos una sociedad —la limeña— caótica, llena de conflictos irresueltos y bastante devaluada moralmente. Esta visión no tendría que dejar de ser pesimista aun tomando en cuenta el uso del humor, algo de lo que adolece La palabra insoportable, un recurso desaprovechado por la mayoría de escritores “serios”.

Para terminar, debemos evitar considerar el sufrimiento de Shirley como circunstancial, banal, poco importante o como un simple rasgo de la adolescencia; el estigma de Shirley es una carga muy pesada, implantada probablemente desde su infancia, una tara de la que no pude librarse durante toda la novela, aun cuando se vislumbre cierta redención en el encuentro con Paolo (asistente de docencia de la UPC), quién como ella ha llevado una existencia atormentada por el color de su piel. Por otro lado, el clímax final está muy bien planteado, centrado en la protagonista quién se ve obligada a abortar, símbolo de lo que no puede nacer y que tampoco termina de morir, así el suicidio parece ser la única salida, aunque finalmente desista, desista desde las alturas de ese cerro escindido en dos por un muro real que representa brutalmente los temores, diferencias y confrontaciones entre las distintas capas sociales que mezcladas y superpuestas conforman eso que llamamos el Perú.

              Al mirar hacia San Juan de Miraflores, se encuentra con un panorama distinto. El color de la tierra se impone en esa especie de ciudadela ocupada por casas de ladrillos sin cobertura, por cuyas callejas sin veredas juguetean niños y adolescentes con perros de ambiguas razas. Ella decide penetrar en este terreno tan parecido al mundo de su primera infancia, a ese paraje de Comas donde, en medio de la tierra y la arena, rodeada de cerros protectores como el que ahora acoge sus pasos, aprendió a caminar de las manos de sus padres y de su abuela Teodora, en tiempos en que su mente estaba lúcida y su mirada refulgía de esperanza.

Shirley recorre los caminos polvorientos y se remonta a esa época de alegría, libre de vergüenza. Siente que los recuerdos de esa vida anterior le recalientan las entrañas, la reconfortan, le proporcionan el aliento necesario para continuar. Ella sonríe y mira hacia el cielo, que de pronto ha abandonado su palidez acostumbrada para mostrar el entusiasmo del sol. Sus rayos caen sobre la piel y la entibian, la acarician, como por encargo de un Dios piadoso que desea que prevalezca la aventura del hombre sobre la tierra.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Alicia, esto es el capitalismo / de Carlos Villacorta





Dividida en dos partes, la novela ambientada en la década de los noventas en Lima, narra las desesperanzadas vidas del “Tigrillo” y Alicia, dos jóvenes subempleados provenientes de familias disfuncionales.


Era 1996, y ya hace rato habíamos salido del caos. Al menos así se lo había oído decir a mi madre. Y, sin embargo, dentro de mí sabía que algo estaba aún mal (…) La vida, cuando tratas de ordenarla, tiene la particularidad de convertirse en un rompecabezas del que no tienes una imagen completa. Las piezas, como los eventos de nuestra existencia, son todas muy parecidas, ligeramente cortadas de manera diferente, para que nos den la impresión de que, cuando las coloquemos, las hayamos puesto en el lugar correcto sin saber cuán equivocados estamos. Y, para complicar las cosas, ¿Quién te ha dicho que tienes todas las piezas? ¡No seamos ingenuos! Por eso, habría que empezar por el final, el hermoso final, que es un rompecabezas sin sentido.


El Tigrillo, el mayor de sus hermanos, se marcha de casa después de que su padre deja a la madre para irse con su amante, abandona el hogar  al no poder lidiar con los problemas económicos. Por su parte, Alicia vive con su hermana menor y una madre depresiva, quién ha perdido el trabajo y que al parecer nunca pudo sobreponerse al abandono de su esposo, de quién no se sabe mucho.


El joven a quién apodan Tigrillo consigue trabajo en “Pizza Jat”  (¿Por qué no mencionar directamente a Pizza Hut?), duerme donde puede y se alimenta de las pizzas que le dan en el trabajo, lugar que se describe detalladamente, no sin ironía y con bastante acierto, cuenta los avatares de un trabajador típico de una franquicia de fast food, situación ideal para mostrar las condiciones laborales en un sistema económico ultra liberal: no es gratuito el título del libro.


Lo mismo sucede con Alicia quién consigue trabajo de impulsadora en un supermercado. Cuando la despiden trabaja de terramoza para, finalmente, terminar maquillando cadáveres. Como vemos, es clara la relación con el título del libro como es clara la intención de autor de mostrarnos una sociedad degradada, no solo en la coyuntura socio económica de esos años, en Alicia, esto es el capitalismo la vida es como el transitar por todos los círculos del infierno de Dante, guiados no por Virgilio, sino de la mano de la carencia y el abandono. “Yo no te voy a contar una historia. Yo solo te voy a contar de mi hambre”, nos dice el narrador al inicio de la novela.


Fue horrible. De estar parada en un supermercado, pasé a servir comida en buses, intentar que la gente no se robara las almohadas o las bandejas, o, peor aún, los cinturones de seguridad de los asientos (¿quién necesita esos cinturones? y ¿para qué?). De estar vendiendo conservas de pescado, empecé a poner películas sin sentido:


Toy Story

Babe, el puerquito valiente

Días extraños

Seven

12 monos

Congo

Apolo 13

Gasparín

El mariachi

El juez Dredd

Jumanji

Nueve meses

Pocahontas


Y más películas piratas que traían hasta la terminal. Algunas eran de pésima calidad; otras, no estaban mal (…) Casi nunca dormía en el bus. Me quedaba viendo esas películas hasta que terminasen y luego las rebobinaba para verlas en el siguiente viaje. Un día me propuse aprender diálogos enteros. Y sí lo hice, pero ahora ya los he olvidado. Recuerdo más bien una de una película ya bastante vieja que puse una vez ahí:


‘¡A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré y, cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!’ .


En cuanto a la estructura, el autor opta por no intercalar episodios de las dos voces principales del relato, lo que podría potenciar la narración y volverla más dinámica, a la manera de La soledad de los números primos (Paolo Giordano, 2008) que desarrolla temas en común –por mencionar una novela bastante difundida- ni entrelaza los diálogos, como  hace Vargas Llosa con bastante maestría, ni crea los vasos comunicantes necesarios para relacionarlas. Villacorta hace una separación tajante, crea dos mundos similares y desconectados.  El que los protagonistas se encuentren para tener un romance fugaz se vuelve irrelevante,  así como el final abierto no cierra el círculo. La resonancia entre ambos mundos se atenúa y por eso las dos partes son como la repetición de una misma historia.  
           

Aunque la primera parte tiene mayor velocidad, más personajes secundarios, muchos diálogos y vivencias y está diagramada con la inserción pequeñas imágenes -lo que la hace lúdica y original- en el fondo no se diferencia de la segunda, un monologo lleno de reflexiones, mucho más pausada e introspectiva. 


Otro problema es que la novela sigue el mismo ritmo, monocorde, la tensión casi no varía, no disminuye ni se intensifica; en este relato largo y desesperanzado, el autor intenta retratar un sociedad gris y deprimida pero sin matices, aun en las peores circunstancias las personas (y por tanto los personajes de ficción) se sobreponen, eso no sucede aquí, todos los personajes son actores pasivos ante una realidad que los domina, además de que solo se muestra a los "oprimidos" y nunca a los "opresores", eso afecta la verosimilitud del relato, aun cuando la prosa sea prolija e ingeniosa, algo que ya habíamos comprobado en las publicaciones anteriores de Carlos Villacorta, sobre todo en los poemas de Ciudad Satélite (Mundo Ajeno, 2007).
       

Aclarando que esta no es una “novela de poeta”en el peor sentido, aquellas en las que la prosa se vuelve empalagosa por recargada o hermética por aquello del simbolismo o que introduzca puntos de fuga que difuminan los ejes narrativos, la estructura es claramente el de una novela de vertiente realista donde el lenguaje no agota sus posibilidades y va de la mano con lo que el autor ha decidido contarnos.



Para terminar, haciendo un símil con el cine, podríamos mencionar Melancholia (Lars von Trier, 2011); una película que trata sobre la depresión y en la que, sin embargo, vemos a Kirsten Dunst transitar todo el tiempo con su vestido de noviacon un escote exuberante sin parar de reír y mostrar vitalidad, aun cuando la boda se cancela y todos esperan la destrucción del planeta tierra. Los contrastes son lo que generan emociones, los contrarios desencadenan las acciones, tanto en el cine como en la literatura, y por supuesto en la vida, algo que no deberíamos olvidar.



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Generación Cochebomba / de Martín Roldán




Publicada por primera vez en el 2007, la novela de Martín Roldán cuenta los avatares y peripecias de Adrián R y su grupo de amigos: Pocho “Treblinka”, Carlos “desperdicio”, “El innombrable”, Olga y  algunos otros allegados que frecuentan los mismos lugares que el protagonista es decir el centro de Lima, los bares y discotecas “subtes” aledaños, algunas calles de Jesús María, Breña o de Miraflores. En ese sentido no es una novela que refleje una época o un país o siquiera la urbe limeña con su inmensa complejidad. Por eso es extraño  pero comprensible que en el prólogo escrito por Luis Fernando Cueto se describa a Generación Cochebomba como el testimonio de una época acerca de los años de la violencia interna en el Perú. Si bien la novela de Roldán está ambientada en la década de los ochenta, años en que se desarrollaba una guerra civil en el Perú (Sendero Luminoso, el MRTA, las fuerzas policiales y militares, grupos paramilitares como el Rodrigo Franco) e incluso el autor describe los atentados senderistas con bastante minuciosidad (el mismo nombre del libro) y opta por atravesar las andanzas de Adrián R con este tópico incluyendo personajes senderistas con cierto grado de verosimilitud; las acciones que se narran son parte de lo que rodea a estos adolescentes, su mundo inmediato,  como los son, con la misma importancia pero mucho mejor logrados desde el punto de vista narrativo, las fiestas punk, los conciertos subtes, el descubrimiento del amor, el uso y abuso del alcohol y las drogas o la economía nacional minada por la hiperinflación y el desempleo y su reflejo en la vida cotidiana; al igual que los hechos reales, como el motín de El Sexto, el mitin del candidato Vargas Llosa en la plaza San Martín en contra de la estatización de la Banca o el atentado terrorista en la calle Tarata, sucesos  que se insertan en la ficción con bastante ingenio.   

El punto de vista escogido para contar estos hechos es el de un adolescente de diecisiete años, desempleado, nihilista y disconforme: Adrián R, ataviado con jeans rotos y una vieja casaca de cuero transita noche tras noche por el centro de Lima esperando alguna redención, una epifanía que nunca llega. Este descenso a los infiernos, sin embargo y este es acaso el mejor acierto del autor está contado sin prescindir de una necesaria dosis de humor, ácido o ingenuo. Las acciones de este grupo de muchachos están llenas de vitalidad, incluso en lo lumpen y delincuencial, porque no han dejado de ser niños, sus palomilladas se han vuelto más audaces y por eso peligrosas. Pero seamos claros, no es esta una novela escrita en clave de humor sino que los personajes son sujetos activos, por más No Future que proclamen, aun cuando las orgías saturadas de rock, alcohol y drogas parezcan ser el escape de una realidad amenazante, ellos no dejan de vivir, disfrutar de la música, hacer amistades o enamorarse. El sombrío panorama social de aquellos años se ve entonces colorido y mucho más interesante porque se vuelve real. Este contrapeso es la mejor arma con la que Martín Roldan describe los acontecimientos, sin discursos sociopolíticos panfletarios y sobre todo sin miedo a narrar lo atroz que puede ser a veces la naturaleza humana. 

En este contexto la fuerza de los diálogos es potenciada por la crudeza de lo contado, que no son experiencias fáciles de digerir para muchas personas, pero que, como en todo arte, la literatura se encarga de mostrar y develar. Estas experiencias límites, son el día a día de un grupo de muchachos que empiezan su vida adulta precozmente y es por eso que el lector se puede identificar y el autor logra conectarse con su audiencia: logra hacer empatía. 

Quizás como en el punk o la música subterránea, que forma parte de la novela en casi todo momento (el libro está dividido en dos partes: Lado A y Lado B, al estilo de los casetes de antaño), el ruido le gana a la música, la prosa no es muy elaborada ni el autor logra sostener un ritmo estético narrativo parejo. Este el punto más bajo del libro: Roldán no logra conjugar forma y fondo en las casi cuatrocientos páginas de Generación Cochebomba. Los descuidos formales se vuelven muy evidentes y eso hace que esta buena novela no alcance el rótulo de gran novela. Como ejemplo citamos el inicio: 

“La mierda existe”, pensó. Se había detenido de pronto y, como una revelación, la vio en el smog de los carros, en la grisura de los edificios, en la suciedad de las veredas y fachadas. Sí, por donde posaba los ojos estaba presente, como un ser vivo, como un peruano más. “Calles de mierda, tránsito de mierda, gente de mierda, sociedad de mierda…País de mierda”. Sí, por todos los lados de esa avenida en donde caminaba una multitud amorfa, anónima, que solo espera el fin de semana para vivir. En medio de todo eso, Adrián R dejaba que el mar humano lo rebasara, buscando el camino correcto que complementara su soledad”.

Y este otro inicio, salvando las distancias, del Nobel Vargas Llosa en Conversación en la catedral:

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: Automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodeaban entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar despacio hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento….

Hay un dato que debiéramos mencionar, Generación Cochebomba es casi epígono de esa otra novela, prima hermana en cuanto al tema subte limeño de esos años pero anterior en el tiempo de publicación: Incendiar la Ciudad (2002) de Julio Durand, con quién Roldán comparte el mismo grupo generacional y que toman de la escena rockera underground, las vicisitudes políticas radicales y los extravíos adolescentes urbanos la materia prima para confeccionar lo que se suele llamar una novelas de aprendizaje (Bildungsroman).

En conclusión, heredera de la tradición narrativa urbano marginal (imposible no mencionar a Los inocentes de Oswaldo Reynoso), Generación Cochebomba es una novela más que interesante, desbordada en extensión, poblada de personajes que transitan entre lo sórdido y lo infantil,  llena de vitalidad y de referencias a la escena musical post sicodelia, punk con fuerte influencia española vasca, que nos trae al presente un micro cosmos que cumple con entretener y hacernos reflexionar sobre un mundo en lo que lo analógico (o pre digital) empezaba el vertiginosos cambio hacia la modernidad en un grupo de jóvenes llenos de escepticismo.