sábado, 17 de octubre de 2015

Jahuay / de Carlos Modenese



Quizás la mejor literatura sea aquella arma filosa que te punza o que te hiere, en el sentido por supuesto de remover emociones, provocar otras, desacomodar un poco nuestro interior; aquella que es como un  incendio o como un cataclismo, o para citar a Kafka: “Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;  un libro tiene que ser el hacha que rompa el mar helado que llevamos dentro”.  Pero los libros tienen su propia energía y cada uno lleva su propio sino, y  hay espacio  también —por suerte— para otras cualidades.

Ante todo Jahuay es una novela que acompaña, como un amigo que te cuenta una historia entretenida en la que uno se sumerge sin dificultad. Jahuay es también una playa al norte de Chincha, cerca al límite con Cañete, en donde desemboca el “rio seco” o Topará, que no tiene agua salvo en los meses de febrero y marzo cuando la naturaleza despierta de su letargo y envía desde la sierra un poco de lluvia por el pequeño cause, como un mensaje hacia el mar. En esta desértica playa chinchana  se construyó un pequeño balneario en la década de los ochenta del cual quedan solo restos, algunas casas derruidas o las que quedaron a medio construir. En la novela de Modenese, Jahuay se convierte un lugar lleno de vida con personajes disimiles que lo pueblan: Koldo, libérrimo aventurero Vasco acompañado siempre de su guitarra y de su fiel contraparte, la perra Yin; la Paisa, soltera y madre, llegada desde Colombia para trabajar de mesera en el restaurante jahuayano; Atuq (zorro), sobrenombre quechua  de Obdulio, un barman que regresa de Lima a su pueblo natal después de perder su trabajo en el célebre bar del Hotel Bolívar; y finalmente el misterioso padre Agustín, quién, como los demás, huye inútilmente de su pasado. Todos juntos y revueltos exiliados en Jahuay y sobre todo en el restaurante del mismo nombre, topos del relato desde donde gira toda la novela como desde un vórtice.

 "Chincha, 16 de marzo de 2005

No escribo todos los días porque este es un oficio roto. Y cuando en la vida algo se rompe como un vaso de cerámica, escribir ayuda a que los pedazos se puedan volver a juntar. Y pegar. Pero siempre hay algunos pedazos, minúsculas astillas, insignificantes en apariencia, que se barren y botan a la basura, con la indiferencia suficiente como para que las grietas del vaso se perpetúen. Por eso no comprendo a los poetas y sus osadas disciplinas. Yo escribo cuando ese vaso se llena y el líquido se intenta escapar por las grietas, escribo solo cuando me quema la piel, como cuando la cera de los cirios me quema los brazos…
"

Hay en estas historias que se entrelazan un anecdotario amplio que se sucede con una prosa elegante y efectiva, hay  espacio para la risa, el suspenso y la amargura. Hay revelaciones dolorosas y capítulo a capítulo se nos va mostrando la amplia gama de la naturaleza humana, desde la intriga al encono o la alegría, pasando por estaciones intermedias… y sobre todo, hay mucha música, encarnada básicamente en los avatares de Koldo (el libro bien podría haberse titulado: “Koldo en Jahuay”) siempre acompañado de su guitarra y de Yin, la perra que se robó a su paso por Lima -y que tiene un rol casi protagónico en la novela-, incluso los personajes secundarios están ligados a la música, como la aparición del conocido cantautor Cholo Chumbiauca, el percusionista Meno Ballumbrosio o el cantante Miky Gonzales:

“...pero lo que más le ha llamado la atención es ver, entre ellos dos, a un tipo tan blanco como él y de nariz alargada. Tiene un parecido al vocalista de The Cure. Y su cabellera es rubia y larga, pero no tan rizada como la de los morenos de El Carmen. ¿Qué hace este tipo aquí?, se extraña, ¿y con una guitarra eléctrica? Después de unas cuantas canciones y chelas, el cholo los presenta. Gonzales, le dijo que se llamaba. Y que él también nació en España, en Madrid. Que había venido al Perú cuando era un chavalillo y que empezó con la música en los ochenta. Con su banda de rock.

—Pero dejé el rock, brother. Lo mío —interrumpe lo que va a decir para encender un cigarrillo—.Lo mío es el safari musical. Uno debe buscar. Siempre. Explorar, aquí —cierra los ojos y señala su muñeca pálida, con venas de colores—: En la sangre.

—Pero a ti, Gonzales, no te veo nada de negro. Hostia, perdón, -se vuelve al cajonero-. Sin ánimos de ofender Meno, quise decir moreno, afroperuano.

—Oye. No seas huevón —corrige Meno, con el ceño fruncido y una sonrisa—. Dime negro, nomás. Sin roche. El cholo es cholo, el blanco es blanco; y yo, soy negro, pues. Nada de moreno, afroperuano, puras mariconadas. Gonzales corta con la mano el aire, como pidiendo silencio. Inclina un poco el cuerpo, hacia Koldo.

—Te olvidas de que los moros estuvieron en España casi ochocientos años.
—Al País Vasco nunca llegaron.
Gonzales mira a Koldo y se queda callado unos segundos, totalmente serio. Luego explota en una carcajada que enrojece su rostro.
—Estos vascos son la polla –agrega con sátira-. Al País Vasco nunca llegaron.
—Qué sí, Gonzales, coño. Y lo sabes. Llegaron un poco más al norte de Madrid y ya está. Después los matamos a todos. Fue así —Koldo asiente varias veces, mirando a todos, algo afectado de que su explicación no haya sido aprobada.
Gonzáles se quita una legaña del ojo y vuelve a la risa, ahora se ahoga en ella. Y meno, al verlo, comienza también a reír. Koldo levanta la mano, quiere retomar la discusión, pero el cholo Chumbiauca ya explotó en carcajadas…
”. 

Hagamos aquí un pequeño exordio: El que la música y la literatura tengan fuertes nexos desde sus orígenes (se puede afirmar incluso que la literatura nace de la música) no quiere decir que una novela deba estar saturada de ella, o para ser más claros, de párrafos y párrafos de letras que se incrustan artificiosamente cuando el autor quiera crear determinada atmosfera o piense que lo que diga una canción pueda reemplazar a la narrativa (literaria). Este es uno de esos casos, se abusa de estas intromisiones “musicales” —un error frecuente en los escritores nóveles—, más aun cuando se citan estrofas de música en otros idiomas, como el Vasco. Hay que tener claro que son formatos diferentes, y que leer la estrofa de una canción no es lo mismo que escucharla, si lo que se desea es mezclar música y literatura se debe recurrir a soportes multimedia, digitales, instalaciones, performances u otros formas de sacar réditos artísticos a esta combinación, de lo contrario solo se estropea el trabajo de narración.   

En conclusión, Jahuay es una novela interesante y por eso recomendable, con aciertos y errores el autor hace fluir la historia de Koldo y compañía en un mítico lugar chinchano preñado flash backs y de acertados diálogos, los personajes se sienten vivos y al final, contra viento y marea, como la embarcación en donde vive Koldo, se vive lo que la palabras cuentan. 



"Chincha, 17 de julio del 2005

Nunca olvidaré estas palabras: Anda y espérame en tu cuarto, Agustín. Ahora vamos a hablar. La tensión me subió a la cabeza. Hoy, después de muchos años, entiendo la explicación de Aristóteles, en su Poética, de por qué la tragedia era el género más valorado en el teatro clásico griego. Y hoy, en el cine, se comprende, también, por qué la crítica, el público culto, prefiere el drama a la comedia, las historias trágicas a los finales felices. Si no es así, díganme, ¿por qué, cuando el ciego y adivino Tiresias le confirma a Edipo, que él es el asesino de su padre, y, además, está casado con su propia madre, el espectador no se levanta y sale corriendo del teatro? Por el contrario, el espectador quiere ser partícipe de cómo los hechos condujeron a que tal atrocidad ocurriese. Aristóteles justifica ese morbo de una manera inteligente y elegante. No es que el espectador quiera eso para su vida, tampoco para la vida de sus semejantes, sino para la experiencia catártica de ver cómo se desvela un destino trágico, le permite experimentar la compasión por la desdicha humana. Algo que, imagino, debe ocurrirle a quién lea estas líneas que estoy a punto de comenzar...
".