martes, 22 de diciembre de 2015

La palabra insoportable / de Giovanni Anticona




Hay autores que escriben un mismo libro. Este parecía ser uno de esos casos, no obstante, después de publicar su trilogía de Lima (Lima Norte, Lima Sur y Lima Este) Anticona nos muestra su “primer intento literario de ingresar en el universo femenino”.

Seamos claros, no es la imitación lo que hace que en ciertos casos todos los libros de un autor se parezcan entre sí, suele ser un reclamo interior que el autor se siente obligado a atender una y otra vez. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores publicaciones, esta vez el novelista opta por alejarse de los tópicos de novela negra norteamericana, tema recurrente en sus anteriores publicaciones, a veces tocados explícitamente y en otras de forma indirecta en donde se nota más bien la influencia narrativa.

En La palabra insoportable se explora lo urbano marginal en la metrópoli limeña desde el punto de vista de Shirley, una adolescente llena de complejos (síntoma de un mal social: el racismo), quien rechaza su piel trigueña y su barrio periférico (Independencia, Los Olivos,San Martín, Comas y alrededores, son distritos que han sido escenarios de las anteriores novelas de Anticona).

El libro inicia con la fiesta o “pera malograda” a la que acude Shirley en compañía de sus amigas Estrella y Yamile (Esta última es el líder, la batutera del trío de colegialas), autodenominadas “Las terribles”,  en dónde la música de reggaetón y el alcohol dan paso a la iniciación sexual.

Si en algo coinciden Shirley, Yamile y Estrella es en su deseo de conocer discotecas de los distritos de Lima más acomodados y añejos, donde anhelan aproximarse a chicos guapos y blancos. Pero el color de piel deseado no se menciona de manera directa. La blancura es un don que se sobre entiende en los otros adjetivos que les endilgan a estos chicos hipotéticos que desean alcanzar. Ellas saben que es imposible hablar de la piel con libertad. Saben que se puede decir guapo, educado, buenazo, pituco, pero no blanco, rubio, castaño. ¿Dónde se aprenden estos tabúes? ¿Se maman en la leche materna?¿Se inoculan en la madre en el chorro que contiene el espermatozoide triunfador?¿Se adoptan por imitación?¿Hay algo en el smog limeño, algo en el agua que se bebe, en el río mismo, en el excremento de los insectos que se posan en la fruta y verduras que comen los habitantes de la ciudad?

La vergüenza de ser chola vinculado a lo andino, de tener piel trigueña, de pertenecer a un barrio periférico poblado por inmigrantes es lo que atormenta a la protagonista, quién gracias a la prosperidad de los negocios de su padre termina mudándose a un distrito acomodado, el lugar de la gente de piel blanca. Ha terminado el colegio y Shirley estudiará en la UPC en un barrio de blancos: Santiago de Surco.

La historia es de vertiente realista y se detalla con minuciosidad el nombre de las calles, parques, centros comerciales, discotecas, personajes de la farándula o del folclore como en un registro documental. Son dos las hipótesis sobre el particular las que me parecen las más convincentes:

— El autor usa este realismo detallista y escrupuloso como una estrategia narrativa para lograr verosimilitud en la historia, así el lector podrá identificarse con los lugares que se mencionan.

— El autor necesita asirse fuertemente de la realidad para poder ficcionar, los lugares con nombre real son puntos de apoyo para forjar la estructura narrativa.

Sin embargo la narración no es únicamente descriptiva o enumerativa, es acertada la construcción de los personajes desde el punto de vista sicológico, profundiza los hechos narrados y logra que la novela y quienes la pueblan se sientan reales. La familia, amigas y demás personajes secundarios calzan bien en el relato, las relaciones entre ellos amplía el panorama de los temas que le interesan novelar al autor, así, el racismo, las complejas relaciones entre adolescentes de distinta procedencia o la inmigración andina y el centralismo limeño en su literatura tiende puentes con la sociología, la sicología y demás disciplinas vinculadas al ser humano y las sociedades que conforma.   

No entiende bien por qué, pero desde que vive en Surco le incomoda estar en contacto con sus compañeras del colegio, incluso recordarlas. Cuando observa sus fotos de Facebook y lee sus cometarios, le irrita admitir que ha formado parte de ese mundo que utiliza frases llenas de emoticones y juegos tipográficos, entre mayúsculas y minúsculas, con abundancia de equis y la misma vocal repetida al final de algunas palabras. Ese lenguaje agrede su vista cada vez más. Le avergüenza reconocer que, durante varios años, ella también lo usó con cándida naturalidad.

         Quiere desvincularse. Quiere marcar de una vez por todas una distancia irreversible que la blinde de sus presencias, de sus voces. La tienta la idea de eliminarlas de su Facebook, pero esa acción sería demasiado drástica y evidenciaría sus intenciones. Ni siquiera quiere ver a sus amigas las terribles. Habla con ellas por Facebook casi todas las noches, pero no soportaría sus presencias ¿por qué le cuesta tanto admitir que todo su pasado escolar le da vergüenza? ¿Por qué no se mira al espejo y lo dice sin tapujos?
Ahora que lo piensa, Las terribles tampoco le han propuesto encontrase. Pareciera que todas ellas saben que han finalizado una etapa y deben seguir rutas disímiles. Tal vez nunca hubo motivos reales para estar juntas; solo se trató de afinidades superfluas a en la convivencia de once años. ¿Habrá sido así?

Aunque la novela negra ya no es un referente inmediato para el autor al menos en este libro no hay asesinatos, detectives, o autoridades corruptas, no deja  de estar presente un elemento recurrente: lo sórdido, generalmente asociado al sexo, como en el debut amatorio de Shirley (que se planea como una transacción comercial) o el incidente entre Emiliano, padre de Shirley, y el travesti (Emiliano, carga con su propia vergüenza), el camino de Yamile hacia la prostitución, o los requerimientos orgiásticos de Bruno, quien termina dándole la estocada final a Shirley al referirse a ella como “chola”, la palabra impronunciable; acciones que le dan a la novela una atmósfera lumpen, pero muy bien contrastada con otras escenas de reflexión, monólogos interiores o descripciones subjetivas como el sueño de Shirley con un caballo — para citar solo un caso.

En cuanto a la prosa, se puede considerar elegante, ni recargada ni muy simple (ni minimalista), algo que los lectores apreciamos cuando es funcional, es decir que no es gratuito, ni se trata de que las palabras suenen bonitas, sino que están al servicio de la historia, que es lo más importante.

Otro punto interesante y que ya mencionamos al hablar de la sordidez, es el sexo, siempre marginal o contaminado por una motivación egoísta, habitualmente un arma de poder o de control hacia el otro, alumbrado por la fetidez siempre presente el tema se vuelve escatológico (el olor de la axilas, el mal aliento, el olor y sabor del semen, etc.); los personajes no juntan sus cuerpos para amarse sino para confrontarse, humillarse o degradarse. Lo que no hace sino mostrarnos una sociedad —la limeña— caótica, llena de conflictos irresueltos y bastante devaluada moralmente. Esta visión no tendría que dejar de ser pesimista aun tomando en cuenta el uso del humor, algo de lo que adolece La palabra insoportable, un recurso desaprovechado por la mayoría de escritores “serios”.

Para terminar, debemos evitar considerar el sufrimiento de Shirley como circunstancial, banal, poco importante o como un simple rasgo de la adolescencia; el estigma de Shirley es una carga muy pesada, implantada probablemente desde su infancia, una tara de la que no pude librarse durante toda la novela, aun cuando se vislumbre cierta redención en el encuentro con Paolo (asistente de docencia de la UPC), quién como ella ha llevado una existencia atormentada por el color de su piel. Por otro lado, el clímax final está muy bien planteado, centrado en la protagonista quién se ve obligada a abortar, símbolo de lo que no puede nacer y que tampoco termina de morir, así el suicidio parece ser la única salida, aunque finalmente desista, desista desde las alturas de ese cerro escindido en dos por un muro real que representa brutalmente los temores, diferencias y confrontaciones entre las distintas capas sociales que mezcladas y superpuestas conforman eso que llamamos el Perú.

              Al mirar hacia San Juan de Miraflores, se encuentra con un panorama distinto. El color de la tierra se impone en esa especie de ciudadela ocupada por casas de ladrillos sin cobertura, por cuyas callejas sin veredas juguetean niños y adolescentes con perros de ambiguas razas. Ella decide penetrar en este terreno tan parecido al mundo de su primera infancia, a ese paraje de Comas donde, en medio de la tierra y la arena, rodeada de cerros protectores como el que ahora acoge sus pasos, aprendió a caminar de las manos de sus padres y de su abuela Teodora, en tiempos en que su mente estaba lúcida y su mirada refulgía de esperanza.

Shirley recorre los caminos polvorientos y se remonta a esa época de alegría, libre de vergüenza. Siente que los recuerdos de esa vida anterior le recalientan las entrañas, la reconfortan, le proporcionan el aliento necesario para continuar. Ella sonríe y mira hacia el cielo, que de pronto ha abandonado su palidez acostumbrada para mostrar el entusiasmo del sol. Sus rayos caen sobre la piel y la entibian, la acarician, como por encargo de un Dios piadoso que desea que prevalezca la aventura del hombre sobre la tierra.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Alicia, esto es el capitalismo / de Carlos Villacorta





Dividida en dos partes, la novela ambientada en la década de los noventas en Lima, narra las desesperanzadas vidas del “Tigrillo” y Alicia, dos jóvenes subempleados provenientes de familias disfuncionales.


Era 1996, y ya hace rato habíamos salido del caos. Al menos así se lo había oído decir a mi madre. Y, sin embargo, dentro de mí sabía que algo estaba aún mal (…) La vida, cuando tratas de ordenarla, tiene la particularidad de convertirse en un rompecabezas del que no tienes una imagen completa. Las piezas, como los eventos de nuestra existencia, son todas muy parecidas, ligeramente cortadas de manera diferente, para que nos den la impresión de que, cuando las coloquemos, las hayamos puesto en el lugar correcto sin saber cuán equivocados estamos. Y, para complicar las cosas, ¿Quién te ha dicho que tienes todas las piezas? ¡No seamos ingenuos! Por eso, habría que empezar por el final, el hermoso final, que es un rompecabezas sin sentido.


El Tigrillo, el mayor de sus hermanos, se marcha de casa después de que su padre deja a la madre para irse con su amante, abandona el hogar  al no poder lidiar con los problemas económicos. Por su parte, Alicia vive con su hermana menor y una madre depresiva, quién ha perdido el trabajo y que al parecer nunca pudo sobreponerse al abandono de su esposo, de quién no se sabe mucho.


El joven a quién apodan Tigrillo consigue trabajo en “Pizza Jat”  (¿Por qué no mencionar directamente a Pizza Hut?), duerme donde puede y se alimenta de las pizzas que le dan en el trabajo, lugar que se describe detalladamente, no sin ironía y con bastante acierto, cuenta los avatares de un trabajador típico de una franquicia de fast food, situación ideal para mostrar las condiciones laborales en un sistema económico ultra liberal: no es gratuito el título del libro.


Lo mismo sucede con Alicia quién consigue trabajo de impulsadora en un supermercado. Cuando la despiden trabaja de terramoza para, finalmente, terminar maquillando cadáveres. Como vemos, es clara la relación con el título del libro como es clara la intención de autor de mostrarnos una sociedad degradada, no solo en la coyuntura socio económica de esos años, en Alicia, esto es el capitalismo la vida es como el transitar por todos los círculos del infierno de Dante, guiados no por Virgilio, sino de la mano de la carencia y el abandono. “Yo no te voy a contar una historia. Yo solo te voy a contar de mi hambre”, nos dice el narrador al inicio de la novela.


Fue horrible. De estar parada en un supermercado, pasé a servir comida en buses, intentar que la gente no se robara las almohadas o las bandejas, o, peor aún, los cinturones de seguridad de los asientos (¿quién necesita esos cinturones? y ¿para qué?). De estar vendiendo conservas de pescado, empecé a poner películas sin sentido:


Toy Story

Babe, el puerquito valiente

Días extraños

Seven

12 monos

Congo

Apolo 13

Gasparín

El mariachi

El juez Dredd

Jumanji

Nueve meses

Pocahontas


Y más películas piratas que traían hasta la terminal. Algunas eran de pésima calidad; otras, no estaban mal (…) Casi nunca dormía en el bus. Me quedaba viendo esas películas hasta que terminasen y luego las rebobinaba para verlas en el siguiente viaje. Un día me propuse aprender diálogos enteros. Y sí lo hice, pero ahora ya los he olvidado. Recuerdo más bien una de una película ya bastante vieja que puse una vez ahí:


‘¡A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré y, cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!’ .


En cuanto a la estructura, el autor opta por no intercalar episodios de las dos voces principales del relato, lo que podría potenciar la narración y volverla más dinámica, a la manera de La soledad de los números primos (Paolo Giordano, 2008) que desarrolla temas en común –por mencionar una novela bastante difundida- ni entrelaza los diálogos, como  hace Vargas Llosa con bastante maestría, ni crea los vasos comunicantes necesarios para relacionarlas. Villacorta hace una separación tajante, crea dos mundos similares y desconectados.  El que los protagonistas se encuentren para tener un romance fugaz se vuelve irrelevante,  así como el final abierto no cierra el círculo. La resonancia entre ambos mundos se atenúa y por eso las dos partes son como la repetición de una misma historia.  
           

Aunque la primera parte tiene mayor velocidad, más personajes secundarios, muchos diálogos y vivencias y está diagramada con la inserción pequeñas imágenes -lo que la hace lúdica y original- en el fondo no se diferencia de la segunda, un monologo lleno de reflexiones, mucho más pausada e introspectiva. 


Otro problema es que la novela sigue el mismo ritmo, monocorde, la tensión casi no varía, no disminuye ni se intensifica; en este relato largo y desesperanzado, el autor intenta retratar un sociedad gris y deprimida pero sin matices, aun en las peores circunstancias las personas (y por tanto los personajes de ficción) se sobreponen, eso no sucede aquí, todos los personajes son actores pasivos ante una realidad que los domina, además de que solo se muestra a los "oprimidos" y nunca a los "opresores", eso afecta la verosimilitud del relato, aun cuando la prosa sea prolija e ingeniosa, algo que ya habíamos comprobado en las publicaciones anteriores de Carlos Villacorta, sobre todo en los poemas de Ciudad Satélite (Mundo Ajeno, 2007).
       

Aclarando que esta no es una “novela de poeta”en el peor sentido, aquellas en las que la prosa se vuelve empalagosa por recargada o hermética por aquello del simbolismo o que introduzca puntos de fuga que difuminan los ejes narrativos, la estructura es claramente el de una novela de vertiente realista donde el lenguaje no agota sus posibilidades y va de la mano con lo que el autor ha decidido contarnos.



Para terminar, haciendo un símil con el cine, podríamos mencionar Melancholia (Lars von Trier, 2011); una película que trata sobre la depresión y en la que, sin embargo, vemos a Kirsten Dunst transitar todo el tiempo con su vestido de noviacon un escote exuberante sin parar de reír y mostrar vitalidad, aun cuando la boda se cancela y todos esperan la destrucción del planeta tierra. Los contrastes son lo que generan emociones, los contrarios desencadenan las acciones, tanto en el cine como en la literatura, y por supuesto en la vida, algo que no deberíamos olvidar.



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Generación Cochebomba / de Martín Roldán




Publicada por primera vez en el 2007, la novela de Martín Roldán cuenta los avatares y peripecias de Adrián R y su grupo de amigos: Pocho “Treblinka”, Carlos “desperdicio”, “El innombrable”, Olga y  algunos otros allegados que frecuentan los mismos lugares que el protagonista es decir el centro de Lima, los bares y discotecas “subtes” aledaños, algunas calles de Jesús María, Breña o de Miraflores. En ese sentido no es una novela que refleje una época o un país o siquiera la urbe limeña con su inmensa complejidad. Por eso es extraño  pero comprensible que en el prólogo escrito por Luis Fernando Cueto se describa a Generación Cochebomba como el testimonio de una época acerca de los años de la violencia interna en el Perú. Si bien la novela de Roldán está ambientada en la década de los ochenta, años en que se desarrollaba una guerra civil en el Perú (Sendero Luminoso, el MRTA, las fuerzas policiales y militares, grupos paramilitares como el Rodrigo Franco) e incluso el autor describe los atentados senderistas con bastante minuciosidad (el mismo nombre del libro) y opta por atravesar las andanzas de Adrián R con este tópico incluyendo personajes senderistas con cierto grado de verosimilitud; las acciones que se narran son parte de lo que rodea a estos adolescentes, su mundo inmediato,  como los son, con la misma importancia pero mucho mejor logrados desde el punto de vista narrativo, las fiestas punk, los conciertos subtes, el descubrimiento del amor, el uso y abuso del alcohol y las drogas o la economía nacional minada por la hiperinflación y el desempleo y su reflejo en la vida cotidiana; al igual que los hechos reales, como el motín de El Sexto, el mitin del candidato Vargas Llosa en la plaza San Martín en contra de la estatización de la Banca o el atentado terrorista en la calle Tarata, sucesos  que se insertan en la ficción con bastante ingenio.   

El punto de vista escogido para contar estos hechos es el de un adolescente de diecisiete años, desempleado, nihilista y disconforme: Adrián R, ataviado con jeans rotos y una vieja casaca de cuero transita noche tras noche por el centro de Lima esperando alguna redención, una epifanía que nunca llega. Este descenso a los infiernos, sin embargo y este es acaso el mejor acierto del autor está contado sin prescindir de una necesaria dosis de humor, ácido o ingenuo. Las acciones de este grupo de muchachos están llenas de vitalidad, incluso en lo lumpen y delincuencial, porque no han dejado de ser niños, sus palomilladas se han vuelto más audaces y por eso peligrosas. Pero seamos claros, no es esta una novela escrita en clave de humor sino que los personajes son sujetos activos, por más No Future que proclamen, aun cuando las orgías saturadas de rock, alcohol y drogas parezcan ser el escape de una realidad amenazante, ellos no dejan de vivir, disfrutar de la música, hacer amistades o enamorarse. El sombrío panorama social de aquellos años se ve entonces colorido y mucho más interesante porque se vuelve real. Este contrapeso es la mejor arma con la que Martín Roldan describe los acontecimientos, sin discursos sociopolíticos panfletarios y sobre todo sin miedo a narrar lo atroz que puede ser a veces la naturaleza humana. 

En este contexto la fuerza de los diálogos es potenciada por la crudeza de lo contado, que no son experiencias fáciles de digerir para muchas personas, pero que, como en todo arte, la literatura se encarga de mostrar y develar. Estas experiencias límites, son el día a día de un grupo de muchachos que empiezan su vida adulta precozmente y es por eso que el lector se puede identificar y el autor logra conectarse con su audiencia: logra hacer empatía. 

Quizás como en el punk o la música subterránea, que forma parte de la novela en casi todo momento (el libro está dividido en dos partes: Lado A y Lado B, al estilo de los casetes de antaño), el ruido le gana a la música, la prosa no es muy elaborada ni el autor logra sostener un ritmo estético narrativo parejo. Este el punto más bajo del libro: Roldán no logra conjugar forma y fondo en las casi cuatrocientos páginas de Generación Cochebomba. Los descuidos formales se vuelven muy evidentes y eso hace que esta buena novela no alcance el rótulo de gran novela. Como ejemplo citamos el inicio: 

“La mierda existe”, pensó. Se había detenido de pronto y, como una revelación, la vio en el smog de los carros, en la grisura de los edificios, en la suciedad de las veredas y fachadas. Sí, por donde posaba los ojos estaba presente, como un ser vivo, como un peruano más. “Calles de mierda, tránsito de mierda, gente de mierda, sociedad de mierda…País de mierda”. Sí, por todos los lados de esa avenida en donde caminaba una multitud amorfa, anónima, que solo espera el fin de semana para vivir. En medio de todo eso, Adrián R dejaba que el mar humano lo rebasara, buscando el camino correcto que complementara su soledad”.

Y este otro inicio, salvando las distancias, del Nobel Vargas Llosa en Conversación en la catedral:

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: Automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodeaban entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar despacio hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento….

Hay un dato que debiéramos mencionar, Generación Cochebomba es casi epígono de esa otra novela, prima hermana en cuanto al tema subte limeño de esos años pero anterior en el tiempo de publicación: Incendiar la Ciudad (2002) de Julio Durand, con quién Roldán comparte el mismo grupo generacional y que toman de la escena rockera underground, las vicisitudes políticas radicales y los extravíos adolescentes urbanos la materia prima para confeccionar lo que se suele llamar una novelas de aprendizaje (Bildungsroman).

En conclusión, heredera de la tradición narrativa urbano marginal (imposible no mencionar a Los inocentes de Oswaldo Reynoso), Generación Cochebomba es una novela más que interesante, desbordada en extensión, poblada de personajes que transitan entre lo sórdido y lo infantil,  llena de vitalidad y de referencias a la escena musical post sicodelia, punk con fuerte influencia española vasca, que nos trae al presente un micro cosmos que cumple con entretener y hacernos reflexionar sobre un mundo en lo que lo analógico (o pre digital) empezaba el vertiginosos cambio hacia la modernidad en un grupo de jóvenes llenos de escepticismo.   

sábado, 17 de octubre de 2015

Jahuay / de Carlos Modenese



Quizás la mejor literatura sea aquella arma filosa que te punza o que te hiere, en el sentido por supuesto de remover emociones, provocar otras, desacomodar un poco nuestro interior; aquella que es como un  incendio o como un cataclismo, o para citar a Kafka: “Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;  un libro tiene que ser el hacha que rompa el mar helado que llevamos dentro”.  Pero los libros tienen su propia energía y cada uno lleva su propio sino, y  hay espacio  también —por suerte— para otras cualidades.

Ante todo Jahuay es una novela que acompaña, como un amigo que te cuenta una historia entretenida en la que uno se sumerge sin dificultad. Jahuay es también una playa al norte de Chincha, cerca al límite con Cañete, en donde desemboca el “rio seco” o Topará, que no tiene agua salvo en los meses de febrero y marzo cuando la naturaleza despierta de su letargo y envía desde la sierra un poco de lluvia por el pequeño cause, como un mensaje hacia el mar. En esta desértica playa chinchana  se construyó un pequeño balneario en la década de los ochenta del cual quedan solo restos, algunas casas derruidas o las que quedaron a medio construir. En la novela de Modenese, Jahuay se convierte un lugar lleno de vida con personajes disimiles que lo pueblan: Koldo, libérrimo aventurero Vasco acompañado siempre de su guitarra y de su fiel contraparte, la perra Yin; la Paisa, soltera y madre, llegada desde Colombia para trabajar de mesera en el restaurante jahuayano; Atuq (zorro), sobrenombre quechua  de Obdulio, un barman que regresa de Lima a su pueblo natal después de perder su trabajo en el célebre bar del Hotel Bolívar; y finalmente el misterioso padre Agustín, quién, como los demás, huye inútilmente de su pasado. Todos juntos y revueltos exiliados en Jahuay y sobre todo en el restaurante del mismo nombre, topos del relato desde donde gira toda la novela como desde un vórtice.

 "Chincha, 16 de marzo de 2005

No escribo todos los días porque este es un oficio roto. Y cuando en la vida algo se rompe como un vaso de cerámica, escribir ayuda a que los pedazos se puedan volver a juntar. Y pegar. Pero siempre hay algunos pedazos, minúsculas astillas, insignificantes en apariencia, que se barren y botan a la basura, con la indiferencia suficiente como para que las grietas del vaso se perpetúen. Por eso no comprendo a los poetas y sus osadas disciplinas. Yo escribo cuando ese vaso se llena y el líquido se intenta escapar por las grietas, escribo solo cuando me quema la piel, como cuando la cera de los cirios me quema los brazos…
"

Hay en estas historias que se entrelazan un anecdotario amplio que se sucede con una prosa elegante y efectiva, hay  espacio para la risa, el suspenso y la amargura. Hay revelaciones dolorosas y capítulo a capítulo se nos va mostrando la amplia gama de la naturaleza humana, desde la intriga al encono o la alegría, pasando por estaciones intermedias… y sobre todo, hay mucha música, encarnada básicamente en los avatares de Koldo (el libro bien podría haberse titulado: “Koldo en Jahuay”) siempre acompañado de su guitarra y de Yin, la perra que se robó a su paso por Lima -y que tiene un rol casi protagónico en la novela-, incluso los personajes secundarios están ligados a la música, como la aparición del conocido cantautor Cholo Chumbiauca, el percusionista Meno Ballumbrosio o el cantante Miky Gonzales:

“...pero lo que más le ha llamado la atención es ver, entre ellos dos, a un tipo tan blanco como él y de nariz alargada. Tiene un parecido al vocalista de The Cure. Y su cabellera es rubia y larga, pero no tan rizada como la de los morenos de El Carmen. ¿Qué hace este tipo aquí?, se extraña, ¿y con una guitarra eléctrica? Después de unas cuantas canciones y chelas, el cholo los presenta. Gonzales, le dijo que se llamaba. Y que él también nació en España, en Madrid. Que había venido al Perú cuando era un chavalillo y que empezó con la música en los ochenta. Con su banda de rock.

—Pero dejé el rock, brother. Lo mío —interrumpe lo que va a decir para encender un cigarrillo—.Lo mío es el safari musical. Uno debe buscar. Siempre. Explorar, aquí —cierra los ojos y señala su muñeca pálida, con venas de colores—: En la sangre.

—Pero a ti, Gonzales, no te veo nada de negro. Hostia, perdón, -se vuelve al cajonero-. Sin ánimos de ofender Meno, quise decir moreno, afroperuano.

—Oye. No seas huevón —corrige Meno, con el ceño fruncido y una sonrisa—. Dime negro, nomás. Sin roche. El cholo es cholo, el blanco es blanco; y yo, soy negro, pues. Nada de moreno, afroperuano, puras mariconadas. Gonzales corta con la mano el aire, como pidiendo silencio. Inclina un poco el cuerpo, hacia Koldo.

—Te olvidas de que los moros estuvieron en España casi ochocientos años.
—Al País Vasco nunca llegaron.
Gonzales mira a Koldo y se queda callado unos segundos, totalmente serio. Luego explota en una carcajada que enrojece su rostro.
—Estos vascos son la polla –agrega con sátira-. Al País Vasco nunca llegaron.
—Qué sí, Gonzales, coño. Y lo sabes. Llegaron un poco más al norte de Madrid y ya está. Después los matamos a todos. Fue así —Koldo asiente varias veces, mirando a todos, algo afectado de que su explicación no haya sido aprobada.
Gonzáles se quita una legaña del ojo y vuelve a la risa, ahora se ahoga en ella. Y meno, al verlo, comienza también a reír. Koldo levanta la mano, quiere retomar la discusión, pero el cholo Chumbiauca ya explotó en carcajadas…
”. 

Hagamos aquí un pequeño exordio: El que la música y la literatura tengan fuertes nexos desde sus orígenes (se puede afirmar incluso que la literatura nace de la música) no quiere decir que una novela deba estar saturada de ella, o para ser más claros, de párrafos y párrafos de letras que se incrustan artificiosamente cuando el autor quiera crear determinada atmosfera o piense que lo que diga una canción pueda reemplazar a la narrativa (literaria). Este es uno de esos casos, se abusa de estas intromisiones “musicales” —un error frecuente en los escritores nóveles—, más aun cuando se citan estrofas de música en otros idiomas, como el Vasco. Hay que tener claro que son formatos diferentes, y que leer la estrofa de una canción no es lo mismo que escucharla, si lo que se desea es mezclar música y literatura se debe recurrir a soportes multimedia, digitales, instalaciones, performances u otros formas de sacar réditos artísticos a esta combinación, de lo contrario solo se estropea el trabajo de narración.   

En conclusión, Jahuay es una novela interesante y por eso recomendable, con aciertos y errores el autor hace fluir la historia de Koldo y compañía en un mítico lugar chinchano preñado flash backs y de acertados diálogos, los personajes se sienten vivos y al final, contra viento y marea, como la embarcación en donde vive Koldo, se vive lo que la palabras cuentan. 



"Chincha, 17 de julio del 2005

Nunca olvidaré estas palabras: Anda y espérame en tu cuarto, Agustín. Ahora vamos a hablar. La tensión me subió a la cabeza. Hoy, después de muchos años, entiendo la explicación de Aristóteles, en su Poética, de por qué la tragedia era el género más valorado en el teatro clásico griego. Y hoy, en el cine, se comprende, también, por qué la crítica, el público culto, prefiere el drama a la comedia, las historias trágicas a los finales felices. Si no es así, díganme, ¿por qué, cuando el ciego y adivino Tiresias le confirma a Edipo, que él es el asesino de su padre, y, además, está casado con su propia madre, el espectador no se levanta y sale corriendo del teatro? Por el contrario, el espectador quiere ser partícipe de cómo los hechos condujeron a que tal atrocidad ocurriese. Aristóteles justifica ese morbo de una manera inteligente y elegante. No es que el espectador quiera eso para su vida, tampoco para la vida de sus semejantes, sino para la experiencia catártica de ver cómo se desvela un destino trágico, le permite experimentar la compasión por la desdicha humana. Algo que, imagino, debe ocurrirle a quién lea estas líneas que estoy a punto de comenzar...
".