Publicada
por primera vez en el 2007, la novela de Martín Roldán cuenta los avatares y
peripecias de Adrián R y su grupo de amigos: Pocho “Treblinka”, Carlos
“desperdicio”, “El innombrable”, Olga y algunos
otros allegados que frecuentan los mismos lugares que el protagonista —es
decir el centro de Lima, los bares y discotecas “subtes” aledaños, algunas
calles de Jesús María, Breña o de Miraflores—. En ese sentido
no es una novela que refleje una época o un país o siquiera la urbe limeña con
su inmensa complejidad. Por eso es extraño
—pero comprensible— que en el
prólogo escrito por Luis Fernando Cueto se describa a Generación Cochebomba como el testimonio de una época acerca de los
años de la violencia interna en el Perú. Si bien la novela de Roldán está
ambientada en la década de los ochenta, años en que se desarrollaba una guerra
civil en el Perú (Sendero Luminoso, el MRTA, las fuerzas policiales y
militares, grupos paramilitares como el Rodrigo Franco) e incluso el autor
describe los atentados senderistas con bastante minuciosidad (el mismo nombre
del libro) y opta por atravesar las andanzas de Adrián R con este tópico
incluyendo personajes senderistas con cierto grado de verosimilitud; las
acciones que se narran son parte de lo que rodea a estos adolescentes, su mundo
inmediato, como los son, con la misma
importancia pero mucho mejor logrados desde el punto de vista narrativo, las
fiestas punk, los conciertos subtes, el descubrimiento del amor, el uso y abuso
del alcohol y las drogas o la economía nacional minada por la hiperinflación y
el desempleo y su reflejo en la vida cotidiana; al igual que los hechos reales,
como el motín de El Sexto, el mitin del candidato Vargas Llosa en la plaza San
Martín en contra de la estatización de la Banca o el atentado terrorista en la
calle Tarata, sucesos que se insertan en
la ficción con bastante ingenio.
El punto de vista escogido para contar estos hechos
es el de un adolescente de diecisiete años, desempleado, nihilista y
disconforme: Adrián R, ataviado con jeans rotos y una vieja casaca de cuero transita
noche tras noche por el centro de Lima esperando alguna redención, una epifanía
que nunca llega. Este descenso a los infiernos, sin embargo —y
este es acaso el mejor acierto del autor— está contado sin prescindir de una necesaria dosis
de humor, ácido o ingenuo. Las acciones de este grupo de muchachos están llenas
de vitalidad, incluso en lo lumpen y delincuencial, porque no han dejado de ser
niños, sus palomilladas se han vuelto más audaces y por eso peligrosas. Pero seamos
claros, no es esta una novela escrita en clave de humor sino que los personajes
son sujetos activos, por más No Future que proclamen, aun cuando las orgías saturadas
de rock, alcohol y drogas parezcan ser el escape de una realidad amenazante, ellos
no dejan de vivir, disfrutar de la música, hacer amistades o enamorarse. El
sombrío panorama social de aquellos años se ve entonces colorido y mucho más
interesante porque se vuelve real. Este contrapeso es la mejor arma con la que
Martín Roldan describe los acontecimientos, sin discursos sociopolíticos
panfletarios y sobre todo sin miedo a narrar lo atroz que puede ser a veces la
naturaleza humana.
En este contexto la fuerza de los diálogos es
potenciada por la crudeza de lo contado, que no son experiencias fáciles de
digerir para muchas personas, pero que, como en todo arte, la literatura se
encarga de mostrar y develar. Estas experiencias límites, son el día a día de
un grupo de muchachos que empiezan su vida adulta precozmente y es por eso que
el lector se puede identificar y el autor logra conectarse con su audiencia: logra
hacer empatía.
Quizás como en el punk o la música subterránea, que
forma parte de la novela en casi todo momento (el libro está dividido en dos
partes: Lado A y Lado B, al estilo de los casetes de antaño), el ruido le gana
a la música, la prosa no es muy elaborada ni el autor logra sostener un ritmo
estético narrativo parejo. Este el punto más bajo del libro: Roldán no logra
conjugar forma y fondo en las casi cuatrocientos páginas de Generación Cochebomba. Los descuidos
formales se vuelven muy evidentes y eso hace que esta buena novela no alcance
el rótulo de gran novela. Como ejemplo citamos el inicio:
“La mierda existe”, pensó. Se había detenido de
pronto y, como una revelación, la vio en el smog de los carros, en la grisura
de los edificios, en la suciedad de las veredas y fachadas. Sí, por donde
posaba los ojos estaba presente, como un ser vivo, como un peruano más. “Calles
de mierda, tránsito de mierda, gente de mierda, sociedad de mierda…País de
mierda”. Sí, por todos los lados de esa avenida en donde caminaba una multitud
amorfa, anónima, que solo espera el fin de semana para vivir. En medio de todo
eso, Adrián R dejaba que el mar humano lo rebasara, buscando el camino correcto
que complementara su soledad”.
Y este otro inicio, salvando las distancias, del
Nobel Vargas Llosa en Conversación en la catedral:
Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: Automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodeaban entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar despacio hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento….
Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: Automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodeaban entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar despacio hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento….
Hay un dato que debiéramos mencionar, Generación Cochebomba es casi epígono de esa otra novela, prima hermana en
cuanto al tema subte limeño de esos años pero anterior en el tiempo de
publicación: Incendiar la Ciudad (2002) de Julio Durand, con quién Roldán
comparte el mismo grupo generacional y que toman de la escena rockera
underground, las vicisitudes políticas radicales y los extravíos adolescentes
urbanos la materia prima para confeccionar lo que se suele llamar una novelas
de aprendizaje (Bildungsroman).
En conclusión, heredera de la tradición narrativa urbano marginal (imposible no mencionar a Los inocentes de Oswaldo Reynoso), Generación Cochebomba es una novela más que interesante, desbordada en extensión, poblada de personajes que transitan entre lo sórdido y lo infantil, llena de vitalidad y de referencias a la escena musical post sicodelia, punk con fuerte influencia española vasca, que nos trae al presente un micro cosmos que cumple con entretener y hacernos reflexionar sobre un mundo en lo que lo analógico (o pre digital) empezaba el vertiginosos cambio hacia la modernidad en un grupo de jóvenes llenos de escepticismo.
En conclusión, heredera de la tradición narrativa urbano marginal (imposible no mencionar a Los inocentes de Oswaldo Reynoso), Generación Cochebomba es una novela más que interesante, desbordada en extensión, poblada de personajes que transitan entre lo sórdido y lo infantil, llena de vitalidad y de referencias a la escena musical post sicodelia, punk con fuerte influencia española vasca, que nos trae al presente un micro cosmos que cumple con entretener y hacernos reflexionar sobre un mundo en lo que lo analógico (o pre digital) empezaba el vertiginosos cambio hacia la modernidad en un grupo de jóvenes llenos de escepticismo.
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