martes, 22 de diciembre de 2015

La palabra insoportable / de Giovanni Anticona




Hay autores que escriben un mismo libro. Este parecía ser uno de esos casos, no obstante, después de publicar su trilogía de Lima (Lima Norte, Lima Sur y Lima Este) Anticona nos muestra su “primer intento literario de ingresar en el universo femenino”.

Seamos claros, no es la imitación lo que hace que en ciertos casos todos los libros de un autor se parezcan entre sí, suele ser un reclamo interior que el autor se siente obligado a atender una y otra vez. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores publicaciones, esta vez el novelista opta por alejarse de los tópicos de novela negra norteamericana, tema recurrente en sus anteriores publicaciones, a veces tocados explícitamente y en otras de forma indirecta en donde se nota más bien la influencia narrativa.

En La palabra insoportable se explora lo urbano marginal en la metrópoli limeña desde el punto de vista de Shirley, una adolescente llena de complejos (síntoma de un mal social: el racismo), quien rechaza su piel trigueña y su barrio periférico (Independencia, Los Olivos,San Martín, Comas y alrededores, son distritos que han sido escenarios de las anteriores novelas de Anticona).

El libro inicia con la fiesta o “pera malograda” a la que acude Shirley en compañía de sus amigas Estrella y Yamile (Esta última es el líder, la batutera del trío de colegialas), autodenominadas “Las terribles”,  en dónde la música de reggaetón y el alcohol dan paso a la iniciación sexual.

Si en algo coinciden Shirley, Yamile y Estrella es en su deseo de conocer discotecas de los distritos de Lima más acomodados y añejos, donde anhelan aproximarse a chicos guapos y blancos. Pero el color de piel deseado no se menciona de manera directa. La blancura es un don que se sobre entiende en los otros adjetivos que les endilgan a estos chicos hipotéticos que desean alcanzar. Ellas saben que es imposible hablar de la piel con libertad. Saben que se puede decir guapo, educado, buenazo, pituco, pero no blanco, rubio, castaño. ¿Dónde se aprenden estos tabúes? ¿Se maman en la leche materna?¿Se inoculan en la madre en el chorro que contiene el espermatozoide triunfador?¿Se adoptan por imitación?¿Hay algo en el smog limeño, algo en el agua que se bebe, en el río mismo, en el excremento de los insectos que se posan en la fruta y verduras que comen los habitantes de la ciudad?

La vergüenza de ser chola vinculado a lo andino, de tener piel trigueña, de pertenecer a un barrio periférico poblado por inmigrantes es lo que atormenta a la protagonista, quién gracias a la prosperidad de los negocios de su padre termina mudándose a un distrito acomodado, el lugar de la gente de piel blanca. Ha terminado el colegio y Shirley estudiará en la UPC en un barrio de blancos: Santiago de Surco.

La historia es de vertiente realista y se detalla con minuciosidad el nombre de las calles, parques, centros comerciales, discotecas, personajes de la farándula o del folclore como en un registro documental. Son dos las hipótesis sobre el particular las que me parecen las más convincentes:

— El autor usa este realismo detallista y escrupuloso como una estrategia narrativa para lograr verosimilitud en la historia, así el lector podrá identificarse con los lugares que se mencionan.

— El autor necesita asirse fuertemente de la realidad para poder ficcionar, los lugares con nombre real son puntos de apoyo para forjar la estructura narrativa.

Sin embargo la narración no es únicamente descriptiva o enumerativa, es acertada la construcción de los personajes desde el punto de vista sicológico, profundiza los hechos narrados y logra que la novela y quienes la pueblan se sientan reales. La familia, amigas y demás personajes secundarios calzan bien en el relato, las relaciones entre ellos amplía el panorama de los temas que le interesan novelar al autor, así, el racismo, las complejas relaciones entre adolescentes de distinta procedencia o la inmigración andina y el centralismo limeño en su literatura tiende puentes con la sociología, la sicología y demás disciplinas vinculadas al ser humano y las sociedades que conforma.   

No entiende bien por qué, pero desde que vive en Surco le incomoda estar en contacto con sus compañeras del colegio, incluso recordarlas. Cuando observa sus fotos de Facebook y lee sus cometarios, le irrita admitir que ha formado parte de ese mundo que utiliza frases llenas de emoticones y juegos tipográficos, entre mayúsculas y minúsculas, con abundancia de equis y la misma vocal repetida al final de algunas palabras. Ese lenguaje agrede su vista cada vez más. Le avergüenza reconocer que, durante varios años, ella también lo usó con cándida naturalidad.

         Quiere desvincularse. Quiere marcar de una vez por todas una distancia irreversible que la blinde de sus presencias, de sus voces. La tienta la idea de eliminarlas de su Facebook, pero esa acción sería demasiado drástica y evidenciaría sus intenciones. Ni siquiera quiere ver a sus amigas las terribles. Habla con ellas por Facebook casi todas las noches, pero no soportaría sus presencias ¿por qué le cuesta tanto admitir que todo su pasado escolar le da vergüenza? ¿Por qué no se mira al espejo y lo dice sin tapujos?
Ahora que lo piensa, Las terribles tampoco le han propuesto encontrase. Pareciera que todas ellas saben que han finalizado una etapa y deben seguir rutas disímiles. Tal vez nunca hubo motivos reales para estar juntas; solo se trató de afinidades superfluas a en la convivencia de once años. ¿Habrá sido así?

Aunque la novela negra ya no es un referente inmediato para el autor al menos en este libro no hay asesinatos, detectives, o autoridades corruptas, no deja  de estar presente un elemento recurrente: lo sórdido, generalmente asociado al sexo, como en el debut amatorio de Shirley (que se planea como una transacción comercial) o el incidente entre Emiliano, padre de Shirley, y el travesti (Emiliano, carga con su propia vergüenza), el camino de Yamile hacia la prostitución, o los requerimientos orgiásticos de Bruno, quien termina dándole la estocada final a Shirley al referirse a ella como “chola”, la palabra impronunciable; acciones que le dan a la novela una atmósfera lumpen, pero muy bien contrastada con otras escenas de reflexión, monólogos interiores o descripciones subjetivas como el sueño de Shirley con un caballo — para citar solo un caso.

En cuanto a la prosa, se puede considerar elegante, ni recargada ni muy simple (ni minimalista), algo que los lectores apreciamos cuando es funcional, es decir que no es gratuito, ni se trata de que las palabras suenen bonitas, sino que están al servicio de la historia, que es lo más importante.

Otro punto interesante y que ya mencionamos al hablar de la sordidez, es el sexo, siempre marginal o contaminado por una motivación egoísta, habitualmente un arma de poder o de control hacia el otro, alumbrado por la fetidez siempre presente el tema se vuelve escatológico (el olor de la axilas, el mal aliento, el olor y sabor del semen, etc.); los personajes no juntan sus cuerpos para amarse sino para confrontarse, humillarse o degradarse. Lo que no hace sino mostrarnos una sociedad —la limeña— caótica, llena de conflictos irresueltos y bastante devaluada moralmente. Esta visión no tendría que dejar de ser pesimista aun tomando en cuenta el uso del humor, algo de lo que adolece La palabra insoportable, un recurso desaprovechado por la mayoría de escritores “serios”.

Para terminar, debemos evitar considerar el sufrimiento de Shirley como circunstancial, banal, poco importante o como un simple rasgo de la adolescencia; el estigma de Shirley es una carga muy pesada, implantada probablemente desde su infancia, una tara de la que no pude librarse durante toda la novela, aun cuando se vislumbre cierta redención en el encuentro con Paolo (asistente de docencia de la UPC), quién como ella ha llevado una existencia atormentada por el color de su piel. Por otro lado, el clímax final está muy bien planteado, centrado en la protagonista quién se ve obligada a abortar, símbolo de lo que no puede nacer y que tampoco termina de morir, así el suicidio parece ser la única salida, aunque finalmente desista, desista desde las alturas de ese cerro escindido en dos por un muro real que representa brutalmente los temores, diferencias y confrontaciones entre las distintas capas sociales que mezcladas y superpuestas conforman eso que llamamos el Perú.

              Al mirar hacia San Juan de Miraflores, se encuentra con un panorama distinto. El color de la tierra se impone en esa especie de ciudadela ocupada por casas de ladrillos sin cobertura, por cuyas callejas sin veredas juguetean niños y adolescentes con perros de ambiguas razas. Ella decide penetrar en este terreno tan parecido al mundo de su primera infancia, a ese paraje de Comas donde, en medio de la tierra y la arena, rodeada de cerros protectores como el que ahora acoge sus pasos, aprendió a caminar de las manos de sus padres y de su abuela Teodora, en tiempos en que su mente estaba lúcida y su mirada refulgía de esperanza.

Shirley recorre los caminos polvorientos y se remonta a esa época de alegría, libre de vergüenza. Siente que los recuerdos de esa vida anterior le recalientan las entrañas, la reconfortan, le proporcionan el aliento necesario para continuar. Ella sonríe y mira hacia el cielo, que de pronto ha abandonado su palidez acostumbrada para mostrar el entusiasmo del sol. Sus rayos caen sobre la piel y la entibian, la acarician, como por encargo de un Dios piadoso que desea que prevalezca la aventura del hombre sobre la tierra.

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