Dividida en dos partes, la
novela ambientada en la década de los noventas en Lima, narra las
desesperanzadas vidas del “Tigrillo” y Alicia, dos jóvenes subempleados
provenientes de familias disfuncionales.
Era 1996, y ya hace rato
habíamos salido del caos. Al menos así se lo había oído decir a mi madre. Y,
sin embargo, dentro de mí sabía que algo estaba aún mal (…) La vida, cuando
tratas de ordenarla, tiene la particularidad de convertirse en un rompecabezas
del que no tienes una imagen completa. Las piezas, como los eventos de nuestra
existencia, son todas muy parecidas, ligeramente cortadas de manera diferente,
para que nos den la impresión de que, cuando las coloquemos, las hayamos puesto
en el lugar correcto sin saber cuán equivocados estamos. Y, para complicar las
cosas, ¿Quién te ha dicho que tienes todas las piezas? ¡No seamos ingenuos! Por
eso, habría que empezar por el final, el hermoso final, que es un rompecabezas
sin sentido.
El Tigrillo, el mayor de
sus hermanos, se marcha de casa después de que su padre deja a la madre para
irse con su amante, abandona el hogar al
no poder lidiar con los problemas económicos. Por su parte, Alicia vive con su
hermana menor y una madre depresiva, quién ha perdido el trabajo y que al
parecer nunca pudo sobreponerse al abandono de su esposo, de quién no se sabe
mucho.
El joven a quién apodan Tigrillo
consigue trabajo en “Pizza Jat” (¿Por
qué no mencionar directamente a Pizza Hut?), duerme donde puede y se alimenta
de las pizzas que le dan en el trabajo, lugar que se describe detalladamente,
no sin ironía y con bastante acierto, cuenta los avatares de un trabajador
típico de una franquicia de fast food, situación ideal para mostrar las
condiciones laborales en un sistema económico ultra liberal: no es gratuito el
título del libro.
Lo mismo sucede con Alicia
quién consigue trabajo de impulsadora en un supermercado. Cuando la despiden
trabaja de terramoza para, finalmente, terminar maquillando cadáveres. Como vemos,
es clara la relación con el título del libro como es clara la intención de
autor de mostrarnos una sociedad degradada, no solo en la coyuntura socio
económica de esos años, en Alicia, esto es el capitalismo la vida es como el
transitar por todos los círculos del infierno de Dante, guiados no por Virgilio,
sino de la mano de la carencia y el abandono. “Yo no te voy a contar una
historia. Yo solo te voy a contar de mi hambre”, nos dice el narrador al inicio
de la novela.
Fue horrible. De estar
parada en un supermercado, pasé a servir comida en buses, intentar que la gente
no se robara las almohadas o las bandejas, o, peor aún, los cinturones de
seguridad de los asientos (¿quién necesita esos cinturones? y ¿para qué?). De
estar vendiendo conservas de pescado, empecé a poner películas sin sentido:
Toy Story
Babe, el puerquito
valiente
Días extraños
Seven
12 monos
Congo
Apolo 13
Gasparín
El mariachi
El juez Dredd
Jumanji
Nueve meses
Pocahontas
Y más películas piratas
que traían hasta la terminal. Algunas eran de pésima calidad; otras, no estaban
mal (…) Casi nunca dormía en el bus. Me quedaba viendo esas películas hasta que
terminasen y luego las rebobinaba para verlas en el siguiente viaje. Un día me
propuse aprender diálogos enteros. Y sí lo hice, pero ahora ya los he olvidado.
Recuerdo más bien una de una película ya bastante vieja que puse una vez ahí:
‘¡A Dios pongo por testigo
que no podrán derribarme. Sobreviviré y, cuando todo haya pasado, nunca volveré
a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar,
mendigar o matar, a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!’ .
En cuanto a la estructura,
el autor opta por no intercalar episodios de las dos voces principales del
relato, lo que podría potenciar la narración y volverla más dinámica, a la
manera de La soledad de los números primos (Paolo Giordano, 2008) que desarrolla
temas en común –por mencionar una novela bastante difundida- ni
entrelaza los diálogos, como hace Vargas
Llosa con bastante maestría, ni crea los vasos comunicantes necesarios para
relacionarlas. Villacorta hace una separación tajante, crea dos mundos
similares y desconectados. El que los
protagonistas se encuentren para tener un romance fugaz se vuelve irrelevante, así como el final abierto no cierra el
círculo. La resonancia entre ambos mundos se atenúa y por eso las dos partes
son como la repetición de una misma historia.
Aunque la primera parte tiene
mayor velocidad, más personajes secundarios, muchos diálogos y vivencias y está
diagramada con la inserción pequeñas imágenes -lo que la hace lúdica y original- en el fondo no se diferencia de la segunda,
un monologo lleno de reflexiones, mucho más pausada e introspectiva.
Otro problema es que la
novela sigue el mismo ritmo, monocorde, la tensión casi no varía, no disminuye
ni se intensifica; en este relato largo y desesperanzado, el autor intenta
retratar un sociedad gris y deprimida pero sin matices, aun en las peores
circunstancias las personas (y por tanto los personajes de ficción) se
sobreponen, eso no sucede aquí, todos los personajes son actores pasivos ante
una realidad que los domina, además de que solo se muestra a los "oprimidos" y
nunca a los "opresores", eso afecta la verosimilitud del relato, aun cuando la
prosa sea prolija e ingeniosa, algo que ya habíamos comprobado en las
publicaciones anteriores de Carlos Villacorta, sobre todo en los poemas de Ciudad
Satélite (Mundo Ajeno, 2007).
Aclarando que esta no es
una “novela de poeta” —en el peor sentido, aquellas en las que la prosa se
vuelve empalagosa por recargada o hermética por aquello del simbolismo o que introduzca
puntos de fuga que difuminan los ejes narrativos—, la estructura es claramente
el de una novela de vertiente realista donde el lenguaje no agota sus
posibilidades y va de la mano con lo que el autor ha decidido contarnos.
Para terminar, haciendo un
símil con el cine, podríamos mencionar Melancholia (Lars von Trier, 2011); una
película que trata sobre la depresión y en la que, sin embargo, vemos a Kirsten
Dunst transitar todo el tiempo con su vestido de novia —con un escote exuberante—
sin parar de reír y mostrar vitalidad, aun cuando la boda se cancela y todos
esperan la destrucción del planeta tierra. Los contrastes son lo que generan
emociones, los contrarios desencadenan las acciones, tanto en el cine como en
la literatura, y por supuesto en la vida, algo que no deberíamos olvidar.
Tiazo Lee mis blogs me gustó el título Alicia ese es el capitalismo saludos
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