miércoles, 19 de diciembre de 2018

Austin Texas 1979 / de Francisco Ángeles


Dividida en tres partes Invierno en Lima (2007); Austin, Texas 1979 y Conejo gris y narrado en primera persona, el libro de 149 páginas describe el proceso de ruptura y duelo de la relación de Pablo, el protagonista (nombre que casi no se menciona), con su esposa Emilia, relación que decide terminar a pesar de saber que lo dejará mal emocionalmente; intercalando a lo largo del libro pasajes de una especie de diario que complementa perfectamente la mayoría de veces los hechos de la historia principal; sin embargo, al  las letras cursivas (itálicas) escogida para diferenciarlas del resto del texto dificulta su lectura. Aquí hay que tener en cuenta el interlineado, espacio entre caracteres, tipo de fuente, etc. que se deban usar, un trabajo  que las editoriales suelen descuidar aunque estos detalles influyen mucho en la facilidad o dificultad de la lectura. 

“El invierno de 2007, unos meses después de separarme de Emilia, empecé a ir al psiquiatra. No sería preciso decir que la separación fue el origen de mis problemas, en todo caso no la separación en sí misma, sino que compartiera conmigo el fracaso que, a partir de cierto momento, dominaba mi vida. Nos casamos a los veintiuno y nos separamos a los veintisiete, seis años como un agujero en el que me fui precipitando tan hondo que al volver a la superficie no estaba preparado para enfrentar la nueva realidad que se me presentaba. Pensé que un psiquiatra era el único que podría ayudarme”.



Después de un tiempo con las sesiones, aparece Adriana en el relato, quién lo hospedará durante cinco días en su departamento mientras se suceden encuentros sexuales que poco a poco irán devolviéndole la vitalidad, a modo de una terapia alternativa. Además le cuenta la historia de cómo fue concebida y las circunstancias en que su padre manipulador y cínico fue el autor de ese “experimento” resultado del cual, nació ella. Aquí hay que resaltar lo bien contado que están los momentos de sexo y cómo el narrador evita lo procaz  haciendo uso de una prosa consistente y efectiva para trasmitir lo que la pareja hace en el departamento de Adriana; cinco días en los que el protagonista sin nombre logra recuperarse y asumir con otra actitud el rompimiento con Emilia.

“En esos cinco días en casa de Adriana me pasaba el día viendo televisión, el cuerpo desparramado sobre la cama, miraba comedias o programas de concursos, que me hacían reír aunque en verdad no entendía los chistes. Quizás me reía porque los programas tenían risas grabadas (…) divertido, contento, satisfecho, despreocupado, me echaba a reír a carcajadas, el control remoto en la mano, la cabeza en la almohada, y a veces entraba Adriana con un jugo de naranja o unas galletas y las dejaba en la mesa de noche, a mi lado, sin decir nada, y yo tampoco decía nada, seguía mirando la televisión, me reía y después estiraba la mano y después empezaba a comer. Más tarde ella reaparecía para hacerme sexo oral o masajearme la espalda o dejarme una botella de vino, casi siempre en silencio, sin más palabras que las necesarias para seguir ejecutando sus labores cotidianas conmigo, esa especie de asistencia corporal a la que me había sometido y a la que yo me dejaba arrastrar de buena gana”.

Por el contrario, la génesis de Adriana los enredos en lo que se metió su padre antes de convertirse en un prestigioso psiquiatra no reviste mayor interés más allá de lo anecdótico, se podría afirmar que se logra cierta verosimilitud permitiendo establecer el motivo por el cual la hija odiará a su progenitor pero no es una historia que se deba desarrollar más;  hace bien el autor en dejarlo ahí y pasar al otro escenario, capítulo dos: Austin, Texas 1979; largo relato en el que el padre de Pablo revive una de los episodios que marcaron su vida y que le cuenta a su hijo como una forma de trasmitir experiencias atávicas en que le ayuden en su situación emocional.

Pero lo cierto es que introducir categorías académicas de orden filosófico (de acuerdo a Hannah Arendt el ser humano realiza tres tipos de acciones: Labor, los proceso biológicos básicos, la digestión, la respiración, la circulación; Work, todo lo que hacemos dentro de un sistema económico, lo que nos permite ganar dinero; Accion, la creación de lo que antes no existía, lo más importante que podemos hacer como seres humanos, etc.) para justificar una decisión, para poder escoger entre lo correcto o dejarse llevar por el deseo me parece un error, el argumento funciona a nivel superficial pero revestir de “profundidad” una decisión que bien podría haberse tomado por motivos mundanos o pragmáticos, arropar esta decisión con terminología académica no ayuda mucho ya que, en esencia, no es determinante para el relato, salvo como un nexo para “elevar” el nivel del libro con un discurso filosófico.

“Nunca más volví a verla, dijo, nunca más supe de ella, su rostro de pronto más viejo bajo la luz nocturna del estacionamiento vacío. Pero a pesar de eso, dijo, a pesar de que allí termina objetivamente la historia, en realidad para mi esa no fue realmente la conclusión definitiva. Lo peor, dijo mi padre, lo peor es que después, durante años, he recordado ese día y me he arrepentido muchas veces de haber escapado de esa historia tal como lo hice. Sé que actué correctamente, dijo, sé que seguí las reglas, no solo las legales sino las personales, la lealtad, la responsabilidad, el compromiso. Sé que fue sensato huir de algo que definitivamente iba a terminar mal. No sé qué hubiera pasado con esa chica, nos llevábamos años, estábamos en etapas distintas, y seguramente en un tiempo, quizás solo un par de meses después, me hubiera dejado por otro. Y tu madre nunca me hubiera permitido volver a su lado”.
El final del libro, con referencia a la mascota (el conejo) es apropiado y contundente ya que refuerza el inicio de la historia consolidándola; a esto hay que aunar el buen manejo de la prosa; Francisco Ángeles ha construido una novela con pocos personajes y escenarios y por eso es efectivo el recurso de la reiteración, de regresar sobre un hecho o una idea dos o hasta tres veces para enfatizar y causar mayor compenetración con el lector, algo que agradecemos y que, al final, redunda en una novela potente y disfrutable.